Supongo que a estas alturas poca falta hace presentar el proyecto de Adopta una Autora, iniciativa que puso en marcha en 2016 Carla Bataller como respuesta a la mítica afirmación de que las escritoras no existen. Lógico, es difícil ver aquello que tienes escondido debajo de la alfombra. Así que el objetivo principal es visibilizar, dar a conocer, hablar mucho y muy fuerte, y para ello cualquier persona puede "adoptar" a cualquier escritora de cualquier género literario, época, lengua y nacionalidad para difundir su vida y su obra. De este modo, intentamos combatir un poco más este olvido que borra a nuestras mujeres de la historia. Cuando Adopta nació, yo aplaudí con ganas, pero admito que le envié mis bendiciones desde lejos, porque nosotras acabábamos de botar La Nave Invisible y el volumen de trabajo ya era muy superior a lo que esperábamos. Qué bonito sería eso de adoptar a alguien, pensé; pero también qué responsabilidad. Además, no habría sabido a quién escoger. Aunque mis escritoras de cabecera siempre han sido mujeres, ¿qué podía aportar yo al respecto? ¿Con cuál de ellas conectaba ahora, a día de hoy, en este momento de mi vida? Parecerá una estupidez, pero me implico mucho con las cosas y necesito saber que lo que estoy haciendo es algo en lo que creo y me da ganas de luchar. Yo tampoco soy dada a los experimentos y lanzarse a la aventura nunca fue una opción para mí. Pero al final, como de costumbre, solo era cuestión de encontrar a la escritora adecuada. Para sorpresa de nadie que ya me conozca, estoy aquí para hablaros de Karen Lord. Sí, más aún. Karen Lord, escritora caribeña de fantasía y ciencia ficción, nacida y afincada en Barbados, con una trayectoria vital de lo más interesante y cargos que abarcan desde profesora de física y matemáticas, hasta miembro del cuerpo diplomático del Ministerio de Asuntos Exteriores. Se licenció en Física en la Universidad de Toronto y se doctoró en Sociología de la Religión en la Universidad Bangor de Gales. Actualmente es consultora de investigación socioeconómica, trabajo que compagina con su carrera literaria. Ganó dos veces seguidas, en 2008 y 2009, con sus dos primeras novelas, el Premio Literario Frank Collymore, el más importante de Barbados, cuyo nombre honra al famoso y polifacético artista barbadense. Con Redemption ganó también el Premio Carl Brandon Parallax en 2010, el Crawford y el Mythopoeic en 2011, además de ser nominada al Premio Mundial de Fantasía, y el Golden Tentacle en 2012. Con El mejor de los mundos posibles ganó en 2013 el Premio a Mejor Novela de Ciencia Ficción de RT Book Reviews y nominada a Libro del Año, además de quedar finalista de los Premios Locus en 2014. A lo largo de los últimos diez años, ha escrito y publicado tres novelas: Redemption in Indigo, The Best of all Possible Worlds (El mejor de los mundos posibles en España) y The Galaxy Game. La primera, fantasía basada en un cuento del folclore senegalés llamado Ansige Karamba, the Glutton; las otras dos, primera y segunda parte de una historia de ciencia ficción social, ambientada en un mundo donde la humanidad no nació únicamente en la Tierra. También ha coordinado la antología New Worlds, Old Ways: Speculative Tales from the Caribbean, que fue publicada en 2016, además de participar en las antologías Reach for Infinity, The Bestiary y Bridging Infinity con sendos relatos. Y a todo ello hay que sumar sus ensayos, el podcast SF Crossing the Gulf que puso en marcha junto a Karen Burnham y el resto de relatos que ha publicado en varias revistas o en su propio Tumblr. ¿Pero qué más nos reserva Lord a corto, medio y largo plazo? Por lo pronto, en octubre se estrena la tercera temporada de Tremontaine (ficción serializada y colectiva ambientada en el universo de Swordspoint, de Ellen Kushner), de cuyo equipo creativo ha formado parte. Y hace varias semanas se anunció que dos nuevas novelas suyas verían la luz próximamente: Unravelling y My Blessed Blue Earth, aún sin fecha confirmada. Así que vamos a tener Lord para rato y, creedme, somos afortunados. Hemos tenido la suerte de disfrutarla como Maestra de Ceremonias en la WorldCon 75 de Helsinki. Y el año que viene tendrán la suerte de disfrutarla en el Clarion West Writers Workshop, porque será una de las instructoras. (Foto de Sanna Pudas) Ahora… ¿por qué Karen Lord? Bien, conocí su obra en mayo, cuando me llegó el turno de leer y reseñar El mejor de los mundos posibles, y el vínculo que establecí con la novela fue muy fuerte, más de lo que habría podido imaginar. Creo que, grosso modo, existen tres niveles principales a los que se puede conectar con una historia: personal, si te identificas con los personajes, sus formas de ser, sus vivencias o las dificultades que tienen que enfrentar y superar; intelectual, si el mensaje que subyace en el texto está en consonancia con tus propios ideales, inquietudes o visión del mundo; y profesional, si la técnica literaria es de tu agrado, te reta y te atrapa. Para mí, El mejor de los mundos posibles hizo pleno total. No recuerdo que me haya pasado esto antes con ninguna novela en mi vida, no a esta escala. Y, aunque hace ya tres meses que la leí (madre, parecen tres vidas), la sigo llevando conmigo, en la cabeza y en el corazón. Qué exagerada, pensaréis. Pero no. Si habéis leído con avidez, si sois ratones de biblioteca, seguramente sepáis que siempre existe EL libro. Ese libro que llega a ti cuando más falta te hace y te dice lo que más necesitabas escuchar. Que no necesita ser la Octava Maravilla ni un pelotazo de fama mundial, porque para ti ya es extraordinario por el simple hecho de hablar en tu idioma. A veces aparece en un momento muy concreto, se queda contigo durante una temporada y luego se hace a un lado para dejar paso a nuevas historias; esto es algo que se vive con frecuencia durante la infancia y la adolescencia, siempre cambiantes, siempre en desarrollo. Otras veces, viene para quedarse y se hace un hueco dentro de ti, pasando a formar parte de lo que eres. Dadas las circunstancias, sospecho que este caso será de los segundos. Pero, contra todo pronóstico, no estoy aquí escribiendo esto gracias a El mejor de los mundos posibles (ni a The Galaxy Game por extensión, que no solo amo las obras individualmente, sino la historia en general y el mundo en el que se ambienta). Sí, fue un gran descubrimiento y muy importante para mí, y soy muy fan del trabajo de Lord. Siempre digo que mi relación con sus novelas tiene tantas capas como las novelas en sí. Pero Adopta no va solo de libros, sino de personas, y lo que me convenció para dar este paso no fue su ficción a secas, sino un artículo que publicó en Apex Magazine en junio de este mismo año, llamado "The Ecumenical, the Ersatz, and the Euphemistic: Three Ways to Misunderstand Identity". Este artículo no se puede explicar, se tiene que leer. Os dejo el enlace a la versión original online y os invito a ir a por él si se os da bien el inglés. Para el resto, lo he traducido con permiso de Lord y aquí os lo dejo para que comprendáis de qué estoy hablando: Generalización, imitación y eufemismo: tres maneras de malinterpretar la identidadSoy ciudadana de Barbados, resido en el Caribe, vivo en la Commonwealth. Mis raíces provienen principalmente del África occidental, bajo la máscara colonial británica, con una ligera influencia de los indios de la región, inmigrantes chinos y lo poco que ha sobrevivido de la lengua, las costumbres y el ADN caribe y taíno. Todas estas cosas se recogen en mis escritos y se desprenden de ellos. Por eso es una terrible equivocación llamarme afroamericana. Lo entiendo; puede pasarle a cualquiera. A los canadienses no les hace especial gracia que se asuma que son de EE. UU. A los escoceses no les gusta que los llamen ingleses. En el sur del Caribe, tenemos nuestras propias historias sobre cómo nos toman por jamaicanos (Jamaica, por cierto, es una isla a tres horas de distancia en avión que he visitado exactamente una vez en mi vida). Los errores y suposiciones ocurren. Sin embargo, hay algo particularmente desagradable en ser clasificada como afroamericana no por auténtico error, sino por dejadez o ignorancia. Dejadme explicar por qué. El enfoque generalista es un intento de inclusión benigno. El razonamiento es el siguiente: Barbados está en las Américas, esta autora es afrodescendiente, ergo es afroamericana. Está bien, pero todos sabemos que eso no es lo que significa el término y no es cómo nos llamamos a nosotros mismos. "Afroamericano" es una identidad específica creada en y perteneciente a EE. UU., no una identidad general de América, por más que mucha gente desee extenderla generosamente (los afrodescendientes canadienses también lo ven mucho). ¿Y es esa extensión de verdad tan benigna, tan generosa? Las generalizaciones se esfuerzan mucho por eliminar la riqueza de la diferencia y crear grandes y arbitrarios compartimentos que no sirven para nada más que para justificar una etiqueta. ¿Qué ocurre cuando una biblioteca o una librería clasifican mi literatura como afroamericana, en vez de caribeña? ¿Piensan realmente los lectores en América, y no en EE. UU.? ¿Comprenden, pero de verdad, que soy extranjera? ¿Que no tengo ni idea de cómo funciona el sistema de enseñanza superior estadounidense y que las temperaturas en Fahrenheit me son incomprensibles? ¿Que en mi mundo solo los billetes de cinco dólares son verdes, que al lanzar una moneda las caras para mí son "molinos" y "escudos"? Y esto son solo detalles sin importancia. ¿Qué pasa con la rica tradición oral y literaria del Caribe, que nace de nuestra historia y nuestra cultura? ¿Cómo puede un crítico comprender de verdad mi trabajo si no interactúa con nuestro canon o reconoce siquiera su existencia? De la generalización a la imitación hay solo un paso, la categoría "I can't believe it's not butter" ("No puedo creer que no sea mantequilla"). ¿Negra, pero no ciudadana o residente real de EE. UU.? ¡Me vale! Negro británico, sudafricano, caribeño… si son del oeste, este o sur del continente africano o parte de la diáspora africana, todos corren el riesgo de ser etiquetados como "afroamericanos". Pero no somos intercambiables. Compartimos mucho, pero distintas historias, políticas y geografías han creado distintos pueblos, lenguas y literaturas. Los campeones de la vía de la imitación no tienen el profundo y detallado conocimiento necesario para distinguir cuál es el original y cuál el sucedáneo en su categoría de "como mantequilla". Su sistema de nomenclatura no es tanto para diferenciar margarinas de sabores similares, como para ignorar el encanto peculiar del ghee indio, el aceite de oliva o el schmaltz judío. Le estoy dando a la gente el beneficio de la duda con estos dos primeros enfoques. El "malentendido" más común no es un malentendido en absoluto. Para demasiada gente, "afroamericano" es simplemente un eufemismo de "negro". No intentaré analizar las razones por las que "negro" se ve como una palabra tan peligrosa en algunos círculos (eso sería un ensayo completamente diferente), pero te diré que si crees que es más políticamente correcto decir, contra toda evidencia y lógica, que una persona no estadounidense con ascendencia africana es afroamericana, te equivocas. Así solo me demuestras que, a pesar de tus equilibrios verbales, el color es tu filtro por defecto, más valioso para ti que las categorías de ubicación, educación y experiencia que constituyen una identidad nacional y cultural. Una de mis frases favoritas de La princesa prometida (y hay muchas) es "Somos hombres de acción. Mentir no sería propio de nosotros". Bibliotecarios, libreros, escritores, editores… somos gente de palabras. Es especialmente indecoroso que personas así no se tomen el tiempo de buscar y usar las palabras correctas. Los efectos del error, la dejadez o la desconsideración de una sola persona pueden ser pequeños e inofensivos como una gota de lluvia, pero la implacable majadería colectiva tiene el efecto de muchas gotas que se acumulan y desgastan la paciencia de una piedra. Soy de Barbados. Soy del Caribe. Soy una escritora caribeña. Quiero que la gente sepa de dónde soy. Quiero que los lectores piensen en los premios Nobel de Walcott y Naipaul, el Booker de James y el Guiller de Clarke. Deberían buscar ecos de Rhys antes que de Brontë; deberían comparar mi trabajo con Brodber más que con Le Guin. Los lectores ni siquiera tienen la oportunidad de hacer todo eso cuando algún reseñador, bibliotecario o librero me clasifica como afroamericana en una lista de lecturas recomendadas para el Mes de la Historia Negra. También soy lectora. Quiero la exactitud que da conocer la procedencia de un autor. Quiero la precisión que da conocer las capas de su identidad, su cultura y lengua, sus estudios, habilidades, obsesiones… cualquier información que consideren lo bastante importante como para presentar a editores y entrevistadores. No quiero que me den información predeterminada y peligrosamente deshonesta, y no quiero que me la impongan ni a mí ni a mi trabajo. Como cualquier experto en la materia, saboreo la denominación de origen de cada autor. Si no lo entiendes, imagino que probablemente eres ese tipo de persona que organiza sus libros por el color de los lomos. Eso da lugar a una bonita estantería, agradable a la vista, quizá, pero carente de la belleza que da tener sentido. Si no puedo persuadirte, solo te pido que mantengas lo erróneo de tu clasificación aleatoria en la privacidad de tu casa. Ahí puedes disfrutarla con responsabilidad y sin inconvenientes para nadie más que para ti mismo. (Es una traducción modesta, porque no soy una profesional, pero espero haberle hecho justicia. Gracias a Carbaes y Kardanido por sus consejos). Primero, contexto, porque me parece imprescindible. Los autores que Lord menciona son: Derek Walcott y V. S. Naipaul, poeta y novelista caribeños, el primero de Santa Lucía y el segundo de Trinidad, sendos ganadores del Nobel de Literatura en 1992 y 2001, respectivamente; Marlon James, escritor jamaicano que ganó en 2015 el Premio Man Booker, uno de los más prestigiosos de habla inglesa, que premia la mejor novela original escrita en la Commonwealth y supone un reconocimiento mundial; Austin Clarke, escritor de Barbados afincado en Canadá que ganó en 2002 el Premio Giller de literatura canadiense en lengua inglesa; Jean Rhys, novelista de la primera mitad del siglo XX, originaria de Dominica; y Erna Brodber, escritora y socióloga jamaicana, también multipremiada. Os dejo links con información de todos ellos. Y segundo… este artículo fue como un puñetazo, porque al leerlo es imposible no preguntarse en cuánta de esa porquería has caído tú. El español no tiene los mismos problemas de nomenclatura que el inglés; cuando nosotros decimos "América" es más probable que estemos pensando en Latinoamérica que en EE. UU. (aunque la influencia del inglés haga que estemos adoptando el término "americano" para referirnos a los estadounidenses, anglicismo que deberíamos combatir a toda costa). Pero eso no nos salva de generalizar ni de las etiquetas estilo cajón de sastre, más aún si lo contemplas desde el otro lado del Atlántico. Si está en América y habla inglés, pertenece a la esfera de EE. UU.; nuestra etiqueta bien podría ser "angloparlante". Y, si todo lo que suena a inglés lo identificas con USA, todo angloparlante afrodescendiente te puede parecer "afroamericano". Caer en la cuenta de esto me perturbó muchísimo, porque nosotras también hicimos nuestra lista de autoras recomendadas para el Mes de la Historia Negra. Yo escribí la entrada hablando de Hopkinson para nuestra lectura conjunta conmemorativa el febrero pasado. Y, aunque en mi cabeza pensaba en ellas como afrodescendientes de distintas nacionalidades (una jamaicana, una barbadense, una británico-nigeriana, dos estadounidenses), ¿era de verdad consciente de las profundas diferencias que podían existir entre ellas? Me parece que no. Así que después de la vergüenza (mucha, mucha vergüenza), sentí rabia contra mí misma por haberle hecho a otras personas una de las cosas que más odio: diluir su identidad. Porque si a mí me revienta que en EE. UU. se considere a los hispanos un bloque homogéneo, si me pone de los nervios el racismo español con sus "sudacas" y "moros", si me fastidia que dentro de la propia España se ninguneé absolutamente a mi región, se desprecie nuestro acento o no sepan ni que existimos, no me puedo permitir hacerle lo mismo a otros, ni por omisión, ni por dejadez, ni por ignorancia. No quiero. La distancia no puede ser una excusa. Centroamérica y las islas del Caribe no son un limbo geográfico que separa América del Norte de América del Sur. Igual que Castilla-La Mancha no es el limbo que separa Madrid de Valencia o Andalucía, salvando las distancias. Otros aspectos me quedan tan lejos que jamás me atrevería a hacer comparaciones, pero al menos ese sí es un sentimiento que conozco y que sé cómo duele. Islas del Caribe, donde vive gente que hace muchas más cosas que lidiar con huracanes. Conocer la obra de Hopkinson en febrero ya fue enriquecedor, pero el impacto me lo llevé con Lord, quizá porque me hizo abrir los ojos de una manera diferente. Y fue como despertarse de un sueño muy largo para darme cuenta de que llevo la vida entera leyendo ficción anglosajona casi en exclusiva. Siempre. Cuando todo lo que entra en tu cabeza nace de una misma mentalidad o de una misma idiosincrasia, creo que la percepción se te termina atrofiando y asumes que el mundo es así, como dictan ellos. Pero no es verdad. Hay mucho más ahí fuera. De repente se me dispararon las ganas de leer a más autores caribeños, pero también a más latinoamericanos, averiguar cómo han evolucionado las distintas ramas de la diáspora africana e incluso qué están haciendo nuestros vecinos aquí, en Portugal, Italia, Francia o Marruecos. Eran inquietudes que siempre habían estado ahí, pero que por fin encontraron una forma de canalizarse. Se me quitó un enorme peso de encima, aunque la batalla que toca ahora se presente mucho más complicada, por los problemas de accesibilidad a esos mercados.
Ninguno de vosotros tiene por qué compartir mi experiencia, claro está. La mayoría tendréis muchísimo más bagaje que yo y probablemente todas estas cosas os parezcan obviedades. O quizá no. Quizá descubráis también que siempre habéis estado leyendo a la misma gente, aunque traten temas diferentes, pertenezcan a diversos colectivos o tengan distintos enfoques, y esto os haga reflexionar. Lo único que sé es que a mí me iluminó el cerebro como un árbol de Navidad y doy gracias por ello todos los días. Hay algo especial en la pasión con la que Lord defiende siempre sus raíces y su identidad. Algo que se me mete en los huesos y me anima a buscar qué es lo que define a los demás y a nosotros mismos. Lo bueno y lo malo, nuestros errores y aciertos. Solo así se puede avanzar en la vida, ¿no? Solo así se puede tratar a los demás con respeto o dejar de mirar a todo el que se sale de nuestro círculo como si fuese un alienígena obligado a adaptarse a nuestros moldes. Solo así se puede llegar a comprender que nuestra perspectiva y nuestros filtros no son los únicos que existen ni los únicos válidos, y que si no salimos de nuestra burbuja y dejamos de mirarnos el ombligo, no llegaremos nunca a ninguna parte. El mundo no es gris ni inmutable. De modo que por eso estoy aquí. Por eso envié mi solicitud y me uní al proyecto, a pesar del miedo que tengo a hacerlo mal, ser una mala madrina o no estar a la altura de lo que Lord se merece. Os traeré reseñas de sus historias, algún que otro artículo y procuraré traducir todo lo que pueda, porque también es una ensayista maravillosa. Y espero que podamos aprender mucho todos juntos. Merece la pena, ¿verdad?
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DikanaLectora, correctora y maquetadora de ebooks. Contramaestre en La Nave Invisible. Escribo y reseño de todo. Cififangirl. ArchivosCategorías |