Tenía muchas ganas de leer Té con el dragón negro, porque me habían hablado muy bien de él, así que tal vez cogí la novela con las expectativas más altas de lo habitual. Al final ha resultado ser un libro con el que he tenido un montón de problemas personales y algún que otro problema desde una perspectiva más profesional. Me ha parecido original e interesante, eso sí; como es bastante corto, no ha llegado a hacérseme pesado. Pero no voy a negar que me decepcionó y que a ratos incluso lograba irritarme un poco. Como eso entra por completo en el terreno personal, ya lo comentaré después brevemente. Primero, hablemos de la novela en sí. Té con el dragón negro empieza cuando Marta Macnamara, una violinista entrada ya en la madurez, llega a San Francisco respondiendo a la llamada de su hija Elizabeth. Aunque esta no ha entrado en detalles y no ha llegado a contarle nada claro a su madre, todas las evidencias apuntan a que está metida en algún lío más o menos grave, por lo que Marta no pierde tiempo en acudir. Pero, una vez llega a la ciudad, Liz no se presenta a la cita, ni coge las llamadas, ni da señales de vida. Mientras espera noticias, Marta conoce a un peculiar y algo excéntrico caballero asiático llamado Mayland Long, que vive en el mismo hotel en el que ella se aloja. Y, por estas cosas curiosas del destino, ambos congenian bastante y el señor Long se ofrece a ayudarla a averiguar dónde está Liz y qué rayos está pasando. El planteamiento de la novela es tan sencillo como eso: Marta y el señor Long empiezan a investigar, van pasando cosas, la trama "policiaca" va ganando terreno mientras resuelven el misterio, hay acción, crímenes informáticos y, para aderezarlo todo, un pequeño toque de fantasía de manos de Mayland Long (literalmente). La estructura es muy estable y el desarrollo es lineal, avanzando paso a paso sin enredarse más de la cuenta ni hacer grandes virguerías. De hecho, se puede sentir que todo avanza quizá con excesiva facilidad, ya que la trama y las distintas fases del misterio están lejos de ser complejos. Pero repito: siendo una novela corta, focalizar es preferible a abrir un montón de frentes con los que pelearse después para poder cerrarlos. Aunque la investigación sobre Liz es lo que ocupa buena parte de la novela, también sirve bastante de excusa para tratar la relación de Marta y Long y, más concretamente, el punto vital en el que se encuentra este último. Mayland Long no es una persona normal, lleva mucho tiempo esperando que suceda algo concreto, está entrampado en una búsqueda personal sobre la Verdad y el sentido de la vida, y conocer a Marta supone para él un punto de inflexión. Este hecho que sacude su monótona rutina pone en marcha una serie de cosas dentro de él que estaban aletargadas y lo encaminan por fin hacia sus propios objetivos, por lo que la novela le da mucha cancha a la introspección y las reflexiones más o menos filosóficas. Esta dicotomía entre la acción de tintes policiacos, con un fuerte componente informático, y el desarrollo del personaje de Long, tan filosófico que llega a tornarse medio místico, es uno de los puntos más interesantes de la novela y lo que, en mi opinión, le da más personalidad. Pero ambos aspectos no siempre están bien integrados. En la segunda mitad de la historia se cae más de una vez en el abuso de los monólogos mentales, de tal forma que afectan al ritmo. Si en mitad de un tiroteo te pones a filosofar durante un par de páginas es probable que la tensión argumental se diluya, por ejemplo. Y a eso hay que sumar que, en ocasiones, las reflexiones de Long parecen girar en torno a lo mismo, de forma algo dispersa, sin terminar de llegar a ninguna conclusión o revelar pequeñas pistas que contribuyan a mantener la atención del lector. En general, si a la sencillez argumental se le añade la vaguedad filosófica y la ambigüedad temática, es fácil que el conjunto deje la sensación de que no se ha exprimido de verdad todo el potencial que tenía la historia. —La rosa —afirmó—. La más encantadora y formidable de las flores. Escudo de armas de York y de Lancaster. En los tiempos medievales, símbolo de Jesús. Siempre ha significado belleza, amor, paz… Sin embargo, estos detalles se pueden obviar y disfrutar de la novela aun así. Lo que me parece realmente problemático es la subtrama romántica, que en cierto modo se presenta como si fuese el núcleo de toda la historia (lo que siente Mayland por Marta es el motor que lo mueve todo) y, no obstante, está tratada de forma muy apresurada y algo incongruente. El romance se plantea en los primeros capítulos y se cierra en los últimos, pero no existe un desarrollo real, porque durante la mayor parte de la novela ambos personajes están separados. Eso provoca que todo el sentimiento se sustente en tres conversaciones iniciales y la certeza de estar cumpliendo una profecía, sin que los implicados tengan oportunidad de conocerse de verdad (sobre todo en el caso de Marta, cuyo punto de vista queda totalmente supeditado al de Long). Él tiene la excusa de su profecía, ¿pero qué pasa con ella? Si nos ponemos en su piel, nos encontramos con un desconocido extravagante y un poco loco que de repente se nos pega como una lapa porque está solo y aburrido, se mete en nuestra vida y se empeña en acompañarnos a todas partes y hacerse cargo de una situación que no tiene nada que ver con él. Desde el punto de vista de Long, ella representa su salvación; desde el punto de vista de Marta, estas actitudes podrían resultar tremendamente invasivas. Pero es algo que la novela ignora por completo, consciente o inconscientemente, y la visión de Long es la que se impone, romantizándolo todo, sea problemático o no. Marta apenas reflexiona sobre este asunto y se limita a corresponder a ese amor de forma pasiva. Se anula así a un personaje que, desde el primer momento, se nos presentó con licencia y autonomía y, a la hora de la verdad, casi quedó reducida a accesorio del coprotagonista. No es una relación equilibrada; ni siquiera el peso de ambos en la historia está equilibrado de verdad. Es una pena, porque Marta se perfilaba como una protagonista interesante. Concertista de éxito en su juventud, cambió de vida después de que su pareja la abandonara llevándose todo el dinero, cuando Liz era pequeña, y se convirtió en poco más que violinista itinerante y multiempleada para ganarse la vida. Ahora, a sus cincuenta años, forma parte de un grupo de folk irlandés y prácticamente vive al día. Pero, a pesar de todo, es una mujer enérgica, que nunca se ha rendido ni ha dejado que las circunstancias la vencieran. La propia Liz describe a su madre como esa persona que siempre tenía una mano que tender a sus amigos, incluso cuando estos no respondían de la misma manera y se aprovechaban de ella. Mayland hace hincapié en su extraordinaria capacidad para escuchar a los demás, hasta el punto de instarles a compartir todo lo que llevan dentro. A lo largo de la novela, nunca se rinde sin más, ni a la preocupación ni al peligro. Pero lo cierto es que la disfrutamos muy poco. A partir de cierto punto, Long acapara todo el protagonismo y Marta queda relegada a un segundo plano que coarta su evolución y sus motivaciones. Y es que el verdadero protagonista de esta novela es Mayland Long y todo lo demás parece girar en torno a él, incluso a pesar de no tener nada que ver con la situación ni con el misterio en sí. Desde el momento en que Marta lo conoce en el hotel James Herald, nos queda claro que es una persona peculiar, no solo por su "exótico" aspecto, sino por la forma de expresarse y las cosas que cuenta. Es un gran personaje, desde luego, y muy interesante. Erudito dedicado a los idiomas, ya retirado, mayor que Marta, aunque de edad indeterminada, y con aspecto de millonario excéntrico, Long lleva varios años apalancado en el James Herald, esperando no se sabe muy bien qué. Una señal, una revelación. Algo que responda a sus preguntas. No puedo entrar en más detalles sin destripar un enigma que sí merece la pena ir descubriendo durante la lectura. Pero si Marta es la que actúa como detonante de la trama, son la aguda inteligencia y las habilidades especiales de Long las que resuelven todo el entuerto, con una ayuda muy puntual que no le ofrecen ni Marta ni Liz, lo que deja la historia por completo en manos de los personajes masculinos. Los demás secundarios están bien perfilados, a pesar del poco tiempo que se les dedica (con breves pinceladas, MacAvoy nos da un retrato suficientemente representativo de cada uno), pero los más relevantes son Liz Macnamara y Fred Frisch. La hija de Marta, al igual que su madre, también es una mujer potente, aunque difiere de esta en muchos aspectos. Es mucho más metódica, organizada y, sobre todo, ambiciosa. Muy inteligente y buena en su trabajo como analista de sistemas, con un gran talento para las matemáticas. Pero quizá por las dificultades vividas en su infancia, ha intentado ascender rápidamente, sirviéndose del método que fuese necesario, y a sus veintipocos años está metida hasta el cuello en una trama criminal de la que no sabe cómo salir. Fred, por su parte, es un antiguo compañero de universidad de Liz, cuyos pasos se cruzan con los de Marta y Long durante su investigación y termina ayudando a este último en el momento de mayor necesidad. Es un buen chico, mucho más modesto que Liz, que se gana la vida de forma un poco cutre pero honrada. Sin embargo, por su papel en la historia, podría decirse que está bastante instrumentalizado, asistiendo al protagonista cuando hace falta y volviendo a desaparecer después. Este detalle de los personajes utilizados como herramientas creo que lo sufren todos en mayor o menor grado, excepto el propio Long; y resulta llamativo, porque en realidad sus personalidades están bastante conseguidas. No son personajes de cartón, a pesar de los clichés en los que puedan caer, y aun así parecen ser manejados como tal. En realidad, todo el peso de la tensión termina recayendo en el argumento, en la acción inmediata de lo que está ocurriendo. Me resulta muy difícil determinar de qué habla esta historia a un nivel más sutil o subtextual, porque ni el trasfondo ni los personajes (excepto Long, repito) parecen importar de verdad. Pero ni siquiera la búsqueda de Long y sus conflictos con respecto a su naturaleza adquieren la suficiente solidez como para ofrecer alguna tesis concluyente. Lo que prima es resolver el misterio, tanto el de Liz como el de Long, y en eso hay que centrarse para disfrutar. Por desgracia, ha sido eso, y ahora sí entro en el terreno personal, lo que ha supuesto una barrera para mí. No me termina de gustar la ambigüedad temática, porque lo poco que veía a través de los comentarios e insinuaciones vertidos aquí y allá me hacía arrugar la nariz cada dos por tres. He comentado antes lo del romance; ese es el mayor "pero" que le encuentro a la novela. Mayland no es una persona abiertamente posesiva, pero da por supuesto que Marta es la respuesta a sus preguntas y no se mueve de ahí. Ella responde a ese acaparamiento enamorándose sin motivo explícito. Liz es retratada como una mujer inteligente, ambiciosa y guapa, y esa conjunción da lugar al cliché de jovencita que escala gracias al sexo y es utilizada por unos y otros. A pesar de sus golpes de ingenio, termina siendo una dama en apuros, al igual que su madre, pero sumando el componente sexy (incluso se menciona que se ofrece a pagar la ayuda de Long con su cuerpo de ser necesario, detalle que me dejó bastante descompuesta). Como guinda, Fred es el chico bueno que siempre estuvo enamorado de Liz, pero no intentó nunca nada porque era demasiado humilde y a ella le interesaban los peces gordos. Por supuesto, como al final él es el único decente, se da a entender que ella "abre los ojos" y se queda con él. —Me parece que sus huesos cederían antes que la cerradura de acero —dijo Long, y en ese momento el coche giró a la derecha elevándose sobre dos ruedas y ambos fueron impulsados, en esa dirección, uno en brazos del otro. En general, con Liz se produce un extraño fenómeno, y es que MacAvoy parece enfocar la narración desde una perspectiva que nos deja muy conscientes de la sexualidad de la joven, pero que choca con el punto de vista de Long, que a priori no parece sentir impulsos sexuales. De esta forma, la autora se detiene en detalles como un abrazo o un momento de intimidad inesperado, como si estos significasen algo, pero sin que signifiquen realmente nada desde el PoV del personaje que dirige la narración. Y esos juegos me irritaban, porque sentía que me estaban tomando el pelo o, peor, que la narración iba dando bandazos. La inconsistencia y la aleatoriedad de ciertos aspectos me han impedido conectar con la obra al nivel que me hubiese gustado. No he tenido la sensación de que esto formase parte de un tapiz más grande, hábilmente tejido con luces y sombras, palabras y silencios. No me quedaba claro quién hablaba en el texto (¿la autora?, ¿los personajes?) ni a quién.
Cierro con algo que me afectó especialmente: que, en última instancia, Marta sea el talismán que humaniza y domestica a Long. Lo transforma a través del amor, en este tópico que ya nos es tan familiar, pero que aquí no ha tenido tiempo de desarrollarse de forma orgánica y satisfactoria. También hay que tener en cuenta que Long es un personaje carismático y atractivo, a cuyo exotismo se hace referencia más de una vez, acercándolo peligrosamente al cliché del asiático fetichizado. Así que el asiático con ramalazos algo bestiales alcanza la humanidad gracias al amor de la anglosajona candorosa. No me gustó nada cómo sonaba eso. Dejando a un lado mis preferencias personales, el problema técnico que le he visto es algo que también he mencionado ya: las oscilaciones en el ritmo. Escenas con un planteamiento dinámico en las que la prosa se ralentiza y se espesa, o escenas tranquilas que se narran con agilidad. Sin embargo, el estilo de MacAvoy es interesante, aunque un poco desordenado, casi como si cayera esporádicamente en una especie de stream of consciousness. El tipo de narrador tampoco está del todo definido: a veces parece equisciente y a veces, omnisciente. El registro mezcla formalidad e informalidad, evocador en las partes más filosóficas, muy técnico al entrar en el terreno informático… Podría decirse que es una novela de contrastes, en más de un aspecto, y unas veces funcionan mejor que otras. También he tenido de nuevo la sensación de que la autora desplegaba su ingenio en las conversaciones y los juegos de palabras, pero es inevitable que eso se diluya en la traducción; por mucho que te esfuerces, hay cosas imposibles de trasladar. En definitiva, creo que si la hubiese leído en otro momento, me habría gustado más. A día de hoy, tiene demasiados elementos que me han resultado incómodos. No obstante, ha sido una lectura agradable y con bastante chispa. Ahora tengo curiosidad por leerla en versión original, para ver si así capto más matices, y quizá me anime a hacerlo en un futuro.
1 Comment
Enrique
5/8/2022 01:01:37 am
Buenas noches
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DikanaLectora, correctora y maquetadora de ebooks. Contramaestre en La Nave Invisible. Escribo y reseño de todo. Cififangirl. ArchivosCategorías |